martes, 17 de noviembre de 2009

La parábola del señor mosquito.




La imagen de la semana viene con sorpresa: ¿Hombre o mujer?

Hoy, amigos, amigas y demás basca, voy a contar el cuento del señor mosquito:

El señor mosquito nació un caluroso día de verano. Su primer hogar fue una charca, la misma en la que sus padres, papá mosquito y mamá mosquito, habían vivido su historia de amor, antes de las lluvias. Su mamá depositó la saca de huevas en una hendedura del terreno, esperando que llegaran tiempos mejores; hasta que un chubasco veraniego repentino inundó la oquedad insuflando vida en las aletargadas huevas.

El día que nació, también lo hicieron sus cientos de hermanos y hermanas. Una familia numerosa, sin duda. En este entorno hogareño creció, alimentándose de detritus y otros deliciosos manjares que caían en la mesa de cuando en cuando. Sin embargo, nunca conoció a sus padres. Su padre, según se dice, murió bajo el cruel yugo de una lagartija; su madre, murió con valentía mientras se enfrentaba a un bote de Raid.

Muchos de sus hermanos y hermanas cayeron en el largo quehacer que es la vida de una larva. Aves, insectos y peces, se abalanzaban sobre ellos sin piedad. La lucha por la supervivencia es una guerra sin piedad que se lucha en todos los campos de batalla, aún si este campo de batalla es una pequeña balsa de aguas estancadas. Pero el señor mosquito sorteó todos los peligros, y se convirtió en adulto.

El señor mosquito, de cerca.

Puede ser que nadie pueda apreciar la sublime belleza del mosquito común en su fase adulto. Esas alas que producen un zumbido celestial. Ese estilete, que tan dulcemente perfora la piel de los mamíferos. Qué os voy a contar. Los hermanos y hermanas del señor mosquito emergieron del agua, tras una breve pero no por ello menos conflictiva etapa adolescente de ninfa. Con sus recién estrenadas alas, levantaron el vuelo, y se prestaron a cumplir su misión vital. Los machos, a zumbar sobre las flores. Las hembras, a picar a mamíferos. Apareamiento, puesta, muerte. Algunos lo cumplen. Otros fracasan aplastantemente (bajo el peso la mano de la justicia). El ciclo de la vida.

Pero el señor mosquito no era así. Aunque nació hembra, él se sentía todo un hombre. En la charca había espantado a los peces y había iniciado una revolución antinaturalista, oponiéndose al destino que dictaban sus genes. Algunos de sus hermanos lo escucharon. Otros lo tomaron por loco. Pero cuán decepcionado quedó cuando, el día que alcanzó su madurez, sus hermanos le dieron la espalda. Son los genes, dijeron. Ése día decidió que iba a dar la espalda al mundo, y se convirtió en un paria.

El señor mosquito vagó durante mucho tiempo, sin rumbo fijo. Frecuentó alcantarillas, garitos de cucarachas y otros lugares poco recomendables; hasta que un día, una mosca amiga suya que se prostituía en el vertedero le indicó donde podría encontrar el porqué de su problema en la naturaleza: en un psicólogo argentino.

El mosquito, sin perder tiempo, y aún sabiendo que aquello iba a acabar con sus pocos ahorros (la crisis nos afecta a todos), fue a visitar al mejor psicólogo argentino de la ciudad, el doctor Mengueche. Éste le reveló que la raíz de todos sus problemas era el cambio climático, que le había afectado a los niveles más profundos de su subconsciente, provocándole un rechazo hacia los valores establecidos de la sociedad mosquitil, según la novísima teoría del postambientalismo psicológico.

¿Qué puedo hacer, doctor? Preguntó el afligido mosquito. A lo que el doctor le contestó: No podés haser nada boludo. ¡Disfrutá de la vida, que son dos días ché!. Entonces el mosquito, sin decir nada, abandonó el consultorio del doctor, previo pago de XXX euros.

El señor mosquito siguió errando. Vió pasar el verano, entrar el septiembre. Contempló cómo sus congéneres morían uno tras otro, agotados en el frenesí del ciclo vital. Pero el seguía vivo. El cambio climático me hizo así, pensó.

El señor mosquito, en tiempos de farra y locura.

Llego octubre, y el señor mosquito se desesperaba. El cambio climático conspiraba contra él. Alargaba los días de calor, provocándole una acuciante sed de sangre, a la que había renunciado cuando se convirtió en transexual. Nacían nuevas generaciones de mosquitos, cosa inusual, en mitad del otoño. Le parecía que se burlaban de él, yendo y viniendo, casi conscientes de que la muerte les vendría cuando cayesen la temperaturas, viviendo aceleradamente.

Hasta que una noche del principio de noviembre no pudo más. Espoleado por una locura sangrienta, se abalanzó, cual aviador japonés contra barco estadounidense, hacia una ventana entreabierta. Allí, con la paciencia del asesino, esperó.

El inquilino entró en la habitación, apagó la luz y se acostó. El señor mosquito, sin poder esperar, se abalanzó. Pero cuál sería su sopresa al descubrir que la supuesta víctima indefensa no estaba tan indefensa. La víctima levantó sus brazos como montañas, una y otra vez, resitiendo los embites del señor mosquito, durante toda la noche.

Llegó el día, y con él el cansancio. El señor mosquito, vencida ya su rabia y su locura, comprendió que, más le valía haberse marchado con sus hermanos para cumplir su misión vital. La ignorancia, el dejarse llevar. Todo es mucho más sencillo, si dejas que las decisiones se tomen por tí.

Enfrascado como estaba en sus cavilaciones, no advirtió como el dueño de la habitación se levantaba, con un brillo demente en sus ojos. Tampoco se dió cuenta cuando la mano de la justicia se cernió sobre él. Y se hizo la noche.

Y con esto se acaba el cuento del señor mosquito, queridos amigos. Pero antes, reflexionad: ¿Quién tuvo la culpa de lo sucedido? ¿El señor mosquito? ¿El cambio climático? ¿El dueño de la habitación? ¿El doctor Mengueche?.

Pensad en ello.

1 comentario:

  1. jajaja muy buena la historia :P

    Nadie tuvo la culpa... El fue rebelde porque el mundo lo hizo así lalalala

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