Hay días en que la gente no debería levantarse. Días, en que males mayores podrían evitarse con un sólo gesto: no salir de la cama, ese refugio en el que tantas cosas se cuecen, psicólogo por excelencia; pensad en el dicho voy a hablarlo con el almohada y seguro que estaréis conmigo en que es mejor una buena sesión de siesting que un psicólogo argentino, especie que está invadiendo todos los estratos de la sociedad y de la que ya os hablaré más extensamente en otra ocasión. Y las camas no te cobran cifras obscenas e inalcanzables, excepto para filántropos y asaltaviejas con complejo de edipo.
La historia, la vida, está llena de ejemplos de estos días en que, cual retribución kármica de vidas pasadas de perversión y actos obscenos, todas las cosas salen torcidas.
Dejad que me explique. Yo no creo en la mala suerte, ni en el destino ni en pretensión determinista alguna. Si te caes no es por mala suerte; haber mirado el agujero de palmo y medio que había en la acera. Si te han atropellado no es que Dios te esté castigando por haber sido un sodomita judeomasón en el siglo XVI, es que cuando cruzaste te fijaste en la jamona que había en la acera de enfrente. Y no me vengas ahora a decir que es un castigo por tu lujuria, que si por eso fuera tendrías una tendinitis de caballo. Pero eso es otra historia. El mundo es, y que todos los estudiantes de ingeniería me perdonen, un manojo dinámico de probabilidades. Y para el que no me haya entendido, deja tu libro de derecho romano y coje Métodos Estadísticos para la Ingeniería. Serás feliz.
Pero días como estos me hacen replantearme mis teorías-tonterías al nivel más básico. ¿Cuantas probabilidades tienes de que al cruzar la calle pises un charco, de la nada aparezca un perro y te muerda; y mientras te deshaces del chucho se te rompa la mochila? ¿Son pocas verdad? Y si entonces apareciese un miembro de la mafia rusa y te pegara una paliza confudiéndote con un viejo miembro de la KGB que conoció en los tiempos de la Perestroika, ¿no sería ya la hostia? Son los momentos en los que pienso si Dios no es en realidad un viejo ludópata que juega a la ruleta con el universo (a los dados no, Stephen Hawking. Demasiado simple para un ser que creó el universo en 6 días, y luego gastó toda la eternidad para hacer una siesta).
Pero hasta un día como esos puede tener un reverso positivo. Puede causar que un estudiante con mucho tiempo libre e ideas de dominación mundial llegue a una conclusión, que los filósofos han tardado 2000 años en dilucidar: el género humano es un género falible. ¿Y cómo has llegado a esa conclusíon digna de un genio, oh gran Nwanda, os diréis? Pues es muy sencillo.
Una persona se levanta con el pie izquierdo un día. Pisa el charco. Le muerde el perro. Se le rompe la mochila y el mafioso ruso le propina la tunda de su vida. X días después, esa misma persona se despierta con la corazonada de que ése no será un buen día. Vuelve a pisar el charco.
Le muerde el mismo perro. Se le vuelve a romper la mochila que compró en el bazar de los chinos de la esquina. Un terrorista islámico (todos sabemos que los mafiosos rusos sólo atacan una vez y desaparecen. Es para darle un poco de realismo) le pega una curra por el bien de la Yihad. Y así pasará, pues esa persona seguirá culpando a la perra suerte de sus desdichas.
Se dice que las personas son los únicos animales que tropiezan 3 veces con la misma piedra. Y 10.000 . Se producen conflictos, guerras, cruzadas religiosas, Holocaustos. Culpamos a Dios, al destino, a nuestra madre o a la del vecino que se ha dejado la musica a toda hostia. Y no comprendemos que deberíamos culparnos a nosotros mismos por no llamar al maldito vecino y amenazarle con una escopeta recortada para recordarle que, a las 2, la gente normalmente duerme.
También ha sido la naturaleza humana, que nos define y nos putea, la que ha hecho que un estudiante haya querido apretar el gaznate a una empleada del Banesto por recordarle amablemente que sólo lo atenderá los martes y jueves de 8'30 a 10'00.
La culpa: del Carrefour, que las viste como putas.
La historia, la vida, está llena de ejemplos de estos días en que, cual retribución kármica de vidas pasadas de perversión y actos obscenos, todas las cosas salen torcidas.
Dejad que me explique. Yo no creo en la mala suerte, ni en el destino ni en pretensión determinista alguna. Si te caes no es por mala suerte; haber mirado el agujero de palmo y medio que había en la acera. Si te han atropellado no es que Dios te esté castigando por haber sido un sodomita judeomasón en el siglo XVI, es que cuando cruzaste te fijaste en la jamona que había en la acera de enfrente. Y no me vengas ahora a decir que es un castigo por tu lujuria, que si por eso fuera tendrías una tendinitis de caballo. Pero eso es otra historia. El mundo es, y que todos los estudiantes de ingeniería me perdonen, un manojo dinámico de probabilidades. Y para el que no me haya entendido, deja tu libro de derecho romano y coje Métodos Estadísticos para la Ingeniería. Serás feliz.
Pero días como estos me hacen replantearme mis teorías-tonterías al nivel más básico. ¿Cuantas probabilidades tienes de que al cruzar la calle pises un charco, de la nada aparezca un perro y te muerda; y mientras te deshaces del chucho se te rompa la mochila? ¿Son pocas verdad? Y si entonces apareciese un miembro de la mafia rusa y te pegara una paliza confudiéndote con un viejo miembro de la KGB que conoció en los tiempos de la Perestroika, ¿no sería ya la hostia? Son los momentos en los que pienso si Dios no es en realidad un viejo ludópata que juega a la ruleta con el universo (a los dados no, Stephen Hawking. Demasiado simple para un ser que creó el universo en 6 días, y luego gastó toda la eternidad para hacer una siesta).
Pero hasta un día como esos puede tener un reverso positivo. Puede causar que un estudiante con mucho tiempo libre e ideas de dominación mundial llegue a una conclusión, que los filósofos han tardado 2000 años en dilucidar: el género humano es un género falible. ¿Y cómo has llegado a esa conclusíon digna de un genio, oh gran Nwanda, os diréis? Pues es muy sencillo.
Una persona se levanta con el pie izquierdo un día. Pisa el charco. Le muerde el perro. Se le rompe la mochila y el mafioso ruso le propina la tunda de su vida. X días después, esa misma persona se despierta con la corazonada de que ése no será un buen día. Vuelve a pisar el charco.
Le muerde el mismo perro. Se le vuelve a romper la mochila que compró en el bazar de los chinos de la esquina. Un terrorista islámico (todos sabemos que los mafiosos rusos sólo atacan una vez y desaparecen. Es para darle un poco de realismo) le pega una curra por el bien de la Yihad. Y así pasará, pues esa persona seguirá culpando a la perra suerte de sus desdichas.
Se dice que las personas son los únicos animales que tropiezan 3 veces con la misma piedra. Y 10.000 . Se producen conflictos, guerras, cruzadas religiosas, Holocaustos. Culpamos a Dios, al destino, a nuestra madre o a la del vecino que se ha dejado la musica a toda hostia. Y no comprendemos que deberíamos culparnos a nosotros mismos por no llamar al maldito vecino y amenazarle con una escopeta recortada para recordarle que, a las 2, la gente normalmente duerme.
También ha sido la naturaleza humana, que nos define y nos putea, la que ha hecho que un estudiante haya querido apretar el gaznate a una empleada del Banesto por recordarle amablemente que sólo lo atenderá los martes y jueves de 8'30 a 10'00.
La culpa: del Carrefour, que las viste como putas.
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